Recientemente hice referencia al dibujo como uno de los pilares fundamentales para ser un buen pintor. Pues bien, el otro ineludible es el dominio del color.
La pintura es ante todo colorido. De ahí la imperiosa necesidad de dominarlo para poder expresarnos con toda la magnitud que nos permita nuestra inspiración, nuestros sentimientos, nuestros estados de ánimo, y nuestras habilidades o dominio del oficio.
Los grandes pintores siempre han hecho gala de un gran dominio y riqueza cromática, siendo posible su identificación por la singular personalidad del cromatismo de sus obras. Y esto lo conseguían elaborando sus propios colores, y más modernamente, cuando ya existían los colores industriales, dotándose de una paleta personal, mezclándolos sabiamente, de tal modo que los buenos pintores rarísima vez usan los colores puros tal como salen del tubo, es decir, los matan o quiebran para que no “den el cante” y se crean de un toque personal y de una gama cromática inconfundible.
El dominio del colorido es tan importante que hay pintores que dibujan con el color, o los ha habido muy famosos como Marc Chagall, que no era buen dibujante, que a través de la fuerza de sus colores paliaba las carencias en el dibujo.
También hay determinados temas en los que el dibujo es muy sencillo y, por lo tanto, el color y su acertado manejo tienen todo el protagonismo. Resulta muy sencillo para una persona avezada en el oficio identificar el cuadro de un principiante observando el tratamiento del color, por ejemplo, verdes muy estridentes y otros.
Después de estas consideraciones, uno se queda perplejo ante obras ponderadas donde no hay no dominio del dibujo, ni del colorido. Muchos son los que postularon y pasaron a la posteridad con el lema: “las reglas están para saltárselas”.
Pedro Ortiz
(Editorial del mes de diciembre de 2014 de la Asociación de Artistas Alicantinos)